Sin embargo, al entrar en sintonía con mi propia naturaleza, comencé a descubrir en mí misma la triplicidad divina, y a diagnosticar algunas "patologías" en las mujeres que he conocido a lo largo de este tiempo, por la falta de armonía de estas tres fases. Pues cada aspecto de la Diosa en la mujer, no está necesariamente vinculado a una edad específica, mas sí a un conjunto de aprendizajes y demandas internas y externas, que nos colocan en la posición de aprender, crear y enseñar en dependencia del momento de nuestras vidas.
La fase de la doncella
Cerremos los ojos por un instante y viajemos en el tiempo. Vayamos al pasado, a cuando éramos niñas con cabellos largos y cintas en la cabeza, sorprendiéndonos y maravillarnos con todas las circunstancias de la vida. El mundo entero a nuestros pies para ser descubierto. Todos los días un aprendizaje. Todos los días una novedad.
Vayamos al tiempo de los primeros descubrimientos: el primer beso, el primer sonrojo, el primer vestido corto, la sorpresa de la primera mirada de nuestro pretendiente. Estos son los momentos que marcan nuestras vidas de forma permanente, porque una vez que ocurren, nunca más vuelve a ser una primera vez.
Esta es la vida de la doncella: la joven inexperta que se encanta y maravilla con cada cosa que descubre, y que encanta y maravilla al mismo tiempo a los que están a su lado. Por su inocencia, por su increíble capacidad de asombro, por su alegría infinita.
Les trois nymphes d'Aristide Maillol Foto tirada por la autora |
Ahora, en este mismo estado, con los ojos cerrados, coloquemos nuestras manos en nuestro vientre. Remontémonos al momento en que tuvimos conciencia de vida en nuestro interior, del momento en que supimos que no sólo estábamos vivas, sino que fuimos capaces de llevar otra vida dentro de nosotros. Recordemos el cúmulo de emociones que vinieron, a tropezones, en esos días: la responsabilidad por el nuevo ser, el amor infinito por alguien que todavía no conocíamos, la mezcla entre egoísmo total y desinterés pleno.
Ese instante en el que nos sentimos responsables por otra persona nos cambia para siempre. Las madres son la gran maravilla de la tierra, porque encierran en su vientre el misterio de la vida. Una vez que aprendemos a cuidar de un hijo, queremos cuidar a la humanidad. Somos capaces de generar vida y de construir ciudades, mundos, estrellas y universos enteros.
La fase da la anciana
Ahora viajemos al futuro. Viajemos al momento de nuestras vidas donde los cabellos blancos revelan el tiempo que hemos vivido, las experiencias ganadas, las victorias, los desafíos, los aprendizajes. Estamos en un momento de nuestras vidas donde somos capaces de enseñar. Donde nuestros hijos vienen porque buscan nuestros consejos. Nuestros nietos se maravillan de los relatos que oyen por primera vez y que nuestros hijos saben de memoria. Somos los ancianos de la tribu. Somos los sabios. Somos los maestros de las nuevas generaciones.
La anciana es la mujer que sabe quien es, porque ya experimentó en su vida todas las formas de reencontrarse y de redescubrirse. La anciana sabe lo que quiere y cómo hacer para que las cosas que quiere se cumplan. La anciana es la maga que tiene en el chasquido de sus dedos todo el conocimiento de los Dioses y las Diosas, y la que comanda multitudes en su sabiduría legendaria.
De esta forma, las mujeres inevitablemente pasamos a lo largo de nuestras vidas por cada etapa lunar. Sin embargo, cada momento de nuestra vida nos revela la triplicidad que subyace en nosotras. En cada una de las fases, somos al mismo tiempo doncellas, madres y ancianas. Cómo árboles que crecen dentro de árboles. Cada uno siendo una expresión del árbol original. La doncella que quiere enseñar todo lo aprendido es una anciana a su manera. La madre que está descubriendo y explorando nuevas sensaciones se comporta como la doncella. La anciana que es capaz de generar nuevas ideas y formas de ver la vida, es también una madre.
El problema viene cuando la vida nos demanda ser madres, y queremos ser ancianas, pensando que ya sabemos todo lo que la vida tenía para enseñar y no escuchamos el ritmo que nos dicta el momento en el que vivimos. O cuando estamos en la fase de la anciana y queremos aferrarnos a la belleza y la ingenuidad de las doncellas.
Saber y reconocer nuestra fase. Aceptarla y vivirla intensamente, sin importar nuestra edad biológica, sino el ciclo en que nos encontramos y las demandas de nuestra vida, es el principal aprendizaje. Así es como las mujeres vivimos los misterios de la Diosa. Así es como lo divino se manifiesta en nuestras vidas. Así es como aprendemos, creamos y enseñamos al mundo, pues somos mujeres, y lo eterno femenino se expresa no sólo en nuestro interior, sino en nuestros actos, en nuestros pensamientos, en nuestros sentimientos, en la maravillosa sensación de ser únicas y estar al mismo tiempo unidas por la magia divina.