Una y otra vez nos encontramos con comentarios sobre lo importante que es querernos para poder querer a los otros. Si no nos queremos, aparentemente, tampoco tendremos la capacidad de ver la realidad de forma objetiva. Tal parece que el amor al prójimo es dependiente de cuánto nos amemos. Pero, ¿qué significa amarnos? ¿qué significa querernos primero?
Constantemente estamos llenos de mensajes que nos hablan del amor al ego. En un avión aparentemente primero hay que ajustarse la cámara de oxígeno antes de ponerle la cámara a los menores que viajen con nosotros, por ejemplo. Me pregunto: ¿será que una madre realmente va a colocarse la mascarilla antes que ponérsela al pequeño que ha visto nacer, crecer, educar y amar todos los días? Me parece que muchos responderán que no. Colocamos la vida del otro primero que la nuestra. El amor hacia el otro prevalece.
Jesús dijo que la primera Ley es amar a Dios con el corazón, el alma y la mente; y la segunda Ley es amar al prójimo así como nos amamos a nosotros (Ver Mateo 22:39). El amor hacia uno no es lo primero. ¿Será que el camino de amar a Dios es el camino que nos va a conducir a amarnos? ¿Sólo después que amamos a Dios podemos pensar en amarnos a nosotros mismos?
Y así como Jesús habló, la Diosa también nos habla de que su Ley es el amor hacia todos los seres vivos (Ver la Carga de la Diosa). No es, en todo caso, el amor hacia uno mismo. Sino el amor incondicional hacia la vida y hacia lo que está vivo. Una vez más, ¿dónde se encuentra escrito a nivel de lo divino que tengamos que amarnos primero para poder entonces amar a los demás?
Hace poco leí algo sobre saber cuándo uno ya había llegado al punto de quererse: sé que me quiero cuando pienso en mí y quisiera salir con una persona como yo. La respuesta a esta pregunta me vino demasiado rápido y demasiado fácil. Yo sí quisiera salir conmigo. Sin dudas. Pero eso no quiere decir que alguien más quiera hacerlo. No soy perfecta. Nadie lo es. Y lo más interesante es que no tenemos que ser perfectos. No tenemos que gustarle a todos. No tenemos que vivir trabajando porque los otros nos vean de la forma en que queremos que nos vean. No tenemos que querernos para que esto suceda.
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Girl before the mirror, Pablo Picasso (1932) |
Sin embargo, reconozco que dosis adecuadas de egoísmo al mismo tiempo nos dan la confianza que necesitamos cuando pensamos que el mundo se nos viene encima, que nadie nos quiere, que somos poca cosa. Claro que, en este nivel, hemos sido nosotros los que hemos permitido que otros dicten lo que tenemos que pensar, decir y hacer. Tenemos entonces que buscar cualquier mecanismo que nos sirva para crecernos como gigantes, esperando que nuestros miedos no sean más grandes que nuestras estrategias.
Por otra parte, entiendo que si no estamos seguros de nosotros, tampoco vamos a tener éxito en nada de lo que hacemos. Nuestras capacidades están subordinadas a la forma en que vemos la vida y en que nos vemos en nuestra vida. El rol protagónico lo aceptamos o no, pero la decisión es nuestra. Nadie nos puede decir si somos merecedores o no de lo que recibimos. Sólo nosotros y nuestro ego.
Dosis. Ese es el desafío. Cómo dosificar las cantidades de amor propio, ego, amor al otro, vulnerabilidad, seguridad, inseguridad. En una conversación con alguien que no conozco en persona, me decía que ella era una persona importante. Cuántos no vemos a diario que tiene la noción de que son las personas más importantes de este planeta y que es un honor para nosotros el haberlas conocido! Demasiados a veces. Me pregunto qué sucedería si de pronto todas ellas se encuentran al mismo tiempo, en el mismo lugar.
Desafortunadamente, quererse a uno mismo representa querer lo bueno y lo malo. Sin embargo, cuando comenzamos a conocer lo malo, ya no nos queremos. Parece que sólo nos queremos cuando vemos la luz que brilla y no la sombra que escondemos. Somos luz y sombra. Somos bien y mal. Nuestra chispa divina es sólo una parte de lo que somos, pero no somos siempre lo divino. Un gran camino hay que recorrer para conseguir ser sólo luz.
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Before the mirror, Berthe Morisot, 1890 |
No se trata entonces de amarnos para poder amar a los demás. El amor es infinito. El egoísmo es igualmente infinito. Los hombres no sabemos de puntos medios. Vivimos nuestra vida buscando el equilibrio y pasamos por él como el péndulo que oscila de uno a otro lado. Desde el lado del altruismo total, al lado del narcisismo exclusivo. No creo que aquellos que se aman más que nadie lo hagan sabiendo de su lado más sensible en unos casos, más vulnerable en otros casos. Nadie que se ame tanto lo hace también amando aquello que no quiere ser y que, sin embargo, es.
Amor tiene que ser amor. A Dios, al prójimo (ya sea del reino animal, vegetal o mineral) y a uno. No se trata de pensar sobre quien debemos amar primero o segundo. Nos perdemos buscando los caminos que nos conducen a amarnos, así como nos perdemos en los caminos del amor al prójimo. Para actuar no hay que discriminar, sólo hay que conocer. Conocernos. Conocer al otro. Saber de nuestra luz y de nuestra sombra. Reconocer que los otros también están hechos de luces y de sombras. Aceptarnos, más que amarnos. La aceptación nos libera. La libertad es lo que nos permite entonces avanzar. No es a través del amor hacia uno que podemos entonces amar a los demás. No es a través del amor hacia los otros que nos amamos más. Es a través de la libertad que nos da el saber quiénes somos y quiénes son los otros y cómo somos en relación a los otros que podemos seguir adelante. El Amor es. Independientemente de si lo tomamos o no. La libertad, en cambio, es un proceso de búsqueda y de creación. No hay nada a lo que pueda aspirar más.